Gente Rara (Zaragoza)

Calle de Santiago Lapuente, 10
Zaragoza
Tel. 623 002 084
www.genterara.es

¡Que vivan las ovejas negras!

No es el Celler de Can Roca, pero tiene la misma lista de espera que el restaurante de los hermanos Roca, concretamente un año. Abrieron en plena época de restricciones, pero no sólo supieron salir airosos, sino que consolidaron un local que tres años después sigue petándolo a diario.

Gente Rara está al otro lado del Ebro, en un antiguo taller mecánico de el barrio de Jesús, alejado del turisteo o de cualquier zona de paso. Al frente del proyecto, Cristian y Sofía, aunque también sería bueno destacar al resto del joven equipo que los acompaña, especialmente a Félix, un profesional de la sala (y los vinos). Inmediatamente me recordó a Fernando Moret, futuro mejor sumiller de España, del restaurante Ambivium y que como ya pasó aquel Lunes 10 de Abril de este mismo año en el restaurante de Peñafiel, ha sido un auténtico descubrimiento y una pieza clave para que la experiencia aquí en Zaragoza sea aun mejor.

Por fuera, una fachada que recuerda a todo menos a lo que parece ser un restaurante, y una vez dentro, todo lo que parece ser un restaurante, pero muy alejado de los gustos de la Guía Michelin. Me gusta. Un local tan sumamente grande y con sus diferentes estancias que se presta a una experiencia gastronómica por todo lo alto, lástima que el principio no cumpliera con las expectativas esperadas. Aun me estoy preguntando el por qué de esa primera copa de bienvenida, de pie, en el mismo mostrador de entrada y mientras el resto de clientes van entrando a preguntar por su reserva.

Sentado ya en la salita previa al restaurante en sí comienza el show. El inicio del menú me gusta y disgusta a partes iguales. Me encanta cuando te llenan la mesa de pequeños snacks, muy al estilo Saiti y Arrels, pero tal y como le comenté a Cristian creo que presentar todos y cada uno de ellos de la misma manera le quita fuerza al propio producto. Y algo similar me pasa con los siguientes bocados en “El Bar”, homenaje a la Taberna Fausto, clásico del vermuteo y lugar de reunión de todo el equipo al terminar el servicio. Está claro que esto no es Enigma ni Tickets, pero si me levantas para llevarme a otro lugar, tiene que merecer la pena y sinceramente, creo que ese “bar” es la zona que más juego puede dar y sin embargo la que menos se aprovecha. No sólo resulta una estancia fría sino poco dinámica, en la que llegas y ya está todo listo. No show, no party.

Pero ahora sí que sí, nos dirigimos hacia la zona principal del restaurante, una enorme cocina vista rodeada por una barra, y tres mesas algo más grandes, pero también más alejadas de cocina. Me acomodo a porta gayola y espero la salida de Travis Bickle. Ahí está, en un lateral revisando todas y cada una de las comandas; me mira, lo miro, sonrisa cómplice… “You talking to me?” Así es, el propio Travis Cristian Palacio también se encarga de la sala y eso es un lujazo.

Empezamos el menú como tal con un plato más visual que sabroso. Un pan cristal con crema de hueva de mújol que sirve de antesala para los primeros platos marinos, buenos en textura (potaje de garbanzos) pero a los que todos ellos se les echa en falta algo más de fuerza, más sabor, y es que no es hasta la llegada del salmonete en cera de abeja cuando la cosa sube considerablemente. Este plato que se disfruta unos cuantos pases más tarde, se empieza a cocinar delante del comensal desde el momento en el que toma asiento, a baja temperatura, con el calor residual de la cera a 85º.

Entre el plato de arroz y el de legumbres, me quedo con las alubias, no por nada sino porque como valenciano, que me planten un arroz con anguila es jugar con fuego. Me llegan a decir que usan arroz DO Valencia y anguila de la Albufera y me cago vivo. Sin embargo, prefieren asegurar el tiro apostando por un grano tipo maratelli, muy típico de la zona de Aragón y muy similar al carnaroli, ideal para aguantar un exceso de cocción o algún tiempo de espera mayor al habitual. Continuamos con un mar i muntanya a base de tendones de vaca y camarones para acto seguido dar paso a un platazo al que la mismísima trufa parece antes una justificación que una necesidad.

Hablo de la codorniz, cocinada en un bloque de sal para mantener su jugosidad la cual se emplata junto a un fondo de sus carcasas y trompetas de la muerte. Un grandísimo plato en todos los aspectos. Y tras él, ÉL.
El símbolo, el logo, el icono… prácticamente desnudo, sin apenas envoltorio y sólo apto para atrevidos o amantes de la casquería. Yo no soy muy fan de la casquería, así que agradezco enormemente el toque de vinagre y estragón.

Siguiendo la estela del cordero y llegando a la parte final (salada) del menú, una carrillera con glaseado de sus cabezas, boniato y Ras el Hanout, y finalmente un plato típico de la cocina aragonesa, en este caso, una espectacular liebre al chocolate acompañada de un sobresaliente paté de sus interiores. Es un classic, pero es bastante común ver elaboraciones de este tipo en el que alguno de sus tres básicos (cacao, vino y caza) se coma al resto de ingredientes y sin embargo en este caso me ha parecido un platazo. Un gran final que da paso a una “pequeña” obra maestra y es que cuando vi a Sofía recorrer el salón con su selección de quesos casi se me saltan las lágrimas, pero ya sabéis de mi devoción por este tipo de carros y el empaque que da a cualquier tipo de restaurante. Y es que amigos, “el queso es el salto de la leche hacia la inmortalidad”.

Gente Rara

No es la carroza de Desde 1911, pero oye, ni tan mal. Es más, como que me quedo con este por el simple hecho de tenerlo siendo consciente del curro que conlleva, y porque parece que hay poco pero para nada. ¡Había hasta de mi quesería fetiche Los Corrales! Me quito el sombrero ante este detalle y seguiré en mi lucha al grito de ¡Arriba el gueridón de quesos! Por último, una parte dulce que mantiene lo visto a lo largo del menú, la defensa de lo autóctono, la familia del cocinero y sus recuerdos de las niñez. Puestos a elegir, me quedaría con el que a priori parece el más simple, pero esa trilogía de almendras acompañado de un vino dulce es el final ideal para alguien al que le gustan los postres que son menos postre.

Y ahora que hablamos del vino dulce, toca reiterar lo dicho al principio, que no es otra cosa que hablar de la figura de Félix, sumiller del restaurante y vértice clave junto a Cristian y Sofía para que este triángulo sea lo más equilátero posible. Ya de serie propone un maridaje interesante de principio a fin con alguna secuencia comparativa de un mismo vino y diferentes añadas o de mismas uvas en diferentes suelos. Además y gracias al sistema Coravin está abierto a sorprenderte con alguna curiosidad o según los gustos del cliente. Parece mentira pero hay bastantes referencias en esa bodega acristalada a espaldas de los comensales.

Gente Rara me gusta, y me gustaría mucho más si fuera más transgresor, más excéntrico, en definitiva, que hiciera mayor honor a su nombre. ¿Empezar por los postres?, ¿escribir la minuta al revés?, ¿que Bunbury o Amaral salgan de cocina bailando una jota aragonesa? Me falta un inicio mucho más atrevido, con algún plato que me deje la entrepierna temblando, pero sobre todo me gustaría encontrar sentido a las primeras estancias, especialmente en “El Bar” donde hacer que comerte un “Guardia Civil” sea algo memorable, no sólo por el restaurante en sí, sino por ser algo tan importante como La Pilarica. Gente Rara no tiene los medios de otros muchos restaurantes, pero noto un entusiasmo brutal y más tras mi larga charla con Cristian. Se podría echar en falta algo más de producto, pues sí, pero también soy consciente de donde estamos y lo que puede suponer cualquier pequeño cambio, además, si llevan tres años y ni un sólo hueco libre, ¿por qué cojones tocar las teclas?

Creo que no se puede ofrecer más por menos, y creo entender que ahí radica parte de su éxito. Bueno, ahí y que en cuanto conoces al elenco protagonista ya estás deseando volver. Sin ir más lejos, acabo de salir del restaurante (tras más de cinco horas) con una nueva reserva hecha para el año que viene… ¡Joder, que frío hace en Zaragoza!

Lo mejor: Atreverse y afianzarse entre tanta tradición
Lo mejorable: Los primeros bocados piden fuerza
Lo peor: A la zona bar hay que darle una vuelta

Gente Rara
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